Las Tres raíces de los males del mundo: Una mirada al origen de los males de nuestra civilización
- Rodrigo Lañado
- hace 11 minutos
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Por Rodrigo L Cruz.
Aunque en parte he tratado estos temas en mi libro más reciente "El segundo renacimiento" creo que es necesario profundizar un poco más en este tema.
A lo largo de la historia, se ha culpado a la codicia, al poder, a la ignorancia o a la corrupción como responsables de los males del mundo. Pero yo sostengo que esas son apenas ramas de un árbol más profundo, síntomas de algo más arraigado y primitivo. Si vamos a la raíz, encontraremos que gran parte del sufrimiento social, de la destrucción ambiental, del colapso espiritual y del desencuentro humano, se origina en tres causas fundamentales pero activas en casi todos los conflictos. Tres raíces invisibles, que hemos arrastrado desde hace milenios y que siguen gobernando, sin que lo notemos, la forma en que hablamos, decidimos y nos relacionamos.
1. El lenguaje como tecnología imperfecta de la verdad
La primera gran raíz es la incapacidad del ser humano para comunicarse de forma plenamente honesta, clara y verificable. El lenguaje ya sea verbal, escrito o simbólico ha sido una herramienta extraordinaria para compartir ideas y organizar sociedades. Pero también ha sido la vía maestra de la manipulación, la mentira, la hipocresía, el engaño y el autoengaño.
El lenguaje, tal como lo usamos hoy, permite esconder lo que sentimos, decir lo que no es, adornar lo falso, disfrazar la intención real. La política, la religión, la publicidad, las relaciones humanas: todo está atravesado por esta posibilidad de construir una realidad alterna a través de las palabras. Una realidad en la que lo falso se vuelve creíble y lo auténtico queda silenciado.
Imagina una forma de comunicación sin posibilidad de mentir, donde lo que uno emite se comparte con transparencia, como un vínculo mental o emocional verificable por ambas partes. Una comunicación basada en presencia, resonancia y verdad. Si tuviéramos una tecnología o una conciencia capaz de transmitir directamente el estado interior, muchas estructuras corruptas simplemente no podrían sostenerse. La mentira es el pegamento de un sistema que teme a la verdad. Lograr este objetivo, probablemente sea la tarea más urgente y necesaria en este momento.
2. El pensamiento binario: la prisión del juicio simplista
La segunda raíz es el pensamiento maniqueo, binario, polarizado, que reduce la complejidad del mundo a un juego infantil de buenos contra malos, luz contra oscuridad, izquierda o derecha, correcto o incorrecto.
Esta forma de pensar no es natural, sino aprendida y reforzada por estructuras que necesitan el conflicto para sostenerse. Nos enseñan desde pequeños que hay una sola verdad, un solo camino correcto, una identidad que vale más que otra. De ahí nacen el fanatismo, la guerra, la censura, el racismo, el clasismo, la fragmentación.
Pero el mundo no es binario. Es complejo, contradictorio, lleno de matices. Las personas pueden tener luces y sombras. Las ideas pueden ser ciertas en un contexto y erróneas en otro. La sabiduría no juzga: comprende. El pensamiento binario es el enemigo del discernimiento, y sin discernimiento no hay evolución espiritual posible.
Mientras sigamos reaccionando con odio o idolatría ante todo, sin capacidad de encontrar cosas positivas en lo normalmente vemos como negativo y viceversa, seguiremos siendo presas fáciles del sistema de control emocional que manipula nuestras opiniones para dividirnos. Salir del maniqueísmo es entrar en una conciencia más alta, más amplia, más verdadera, para ello tan solo es necesario integrar la ley de que en todo hay cosas positivas y negativas y que todo es cuestión de perspectiva.
3. El arrastre evolutivo: la herencia que ya no nos sirve
La tercera raíz es lo que llamo el arrastre evolutivo: ese impulso primitivo, casi instintivo, que nos lleva a buscar la supervivencia individual por encima del bienestar colectivo. Es el reflejo biológico de miles de años en que el mayor riesgo era morir de hambre, de frío o de una amenaza externa.
En ese contexto, era útil y necesario anteponer lo propio: proteger mi territorio, cuidar mis recursos, desconfiar del otro. Pero ese reflejo sigue vivo hoy. Ya no vivimos semidesnudos en la naturaleza; vivimos en un sistema global interrelacionado donde nuestros actos individuales pueden afectar a millones, y sin embargo seguimos reaccionando como si estuviéramos solos en la selva. De hecho si no fuese por la capacidad de algunos miembros de nuestra especie que han logrado cooperar y dejar de lado o “trascender” este arrastre, no tendríamos la tecnología y comodidades de hoy en día y nuestro mundo habría sido destruido ya en una guerra atómica.
Este instinto sin trascender es la causa de la avaricia, la corrupción, la explotación del planeta, la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Y lo más peligroso es que no viene de la maldad, sino de un miedo inconsciente animal que aún gobierna nuestras decisiones.
Trascender el arrastre evolutivo no significa negar nuestros instintos, sino reconocerlos, comprenderlos y reeducarlos desde una conciencia más amplia. Solo así podremos pasar de una sociedad basada en la competencia a una basada en la colaboración.
Hacia una nueva humanidad
Estos tres factores la mentira que permite el lenguaje, la simplificación que impone el pensamiento binario, y el egoísmo heredado del arrastre evolutivo— no son castigos ni maldiciones. Son puertas evolutivas que estamos llamados a cruzar. Son retos que nos invitan a recordar quiénes somos más allá del miedo, del juicio y de la ilusión.
Si aprendemos a comunicarnos con verdad, a pensar con complejidad, y a actuar con conciencia colectiva, entonces sí será posible un renacimiento auténtico de la humanidad.
Me parece que es indispensable dirigir nuestros esfuerzos y nuestra energía a resolver estos tres problemas antes que resolver cualquier otro.
Y quizás, cuando dejemos de sobrevivir y empecemos realmente a vivir, nos demos cuenta de que nunca fuimos enemigos, sino partes de un mismo cuerpo, dormido, que empieza a despertar.
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