
Estados Unidos: Origen del problema y la "solución" del narco en México.
- Rodrigo Lañado
- 15 jun
- 4 Min. de lectura
Desde que Estados Unidos colocó su bandera en el Zócalo capitalino en 1847, tras invadir México en la tristemente célebre Guerra de Intervención, algo cambió para siempre. No solo nos arrebataron más de la mitad del territorio: sembraron una semilla de control que hasta hoy florece en las estructuras más profundas del poder mexicano. México, desde entonces, ha sido una nación soberana sólo en papel. La realidad es otra: hemos sido gobernados discretamente por intereses extranjeros, principalmente norteamericanos, que han dictado nuestra política económica, energética, militar y hasta criminal.
El Porfiriato y la Revolución: cuando México fue una amenaza
A inicios del siglo XX, México mostraba signos de grandeza. Bajo el régimen de Porfirio Díaz, el país se industrializaba, construía ferrocarriles, establecía una economía sólida e incluso comenzaba a formar una clase media técnica y militar. Pero esto representaba una amenaza para los intereses estadounidenses, que no veían con buenos ojos una potencia emergente al sur. El resultado: una Revolución mexicana patrocinada desde afuera, caótica y sangrienta, que sirvió para frenar nuestro desarrollo y mantenernos divididos.
Expropiación petrolera y amapola: el nuevo oro negro
Décadas después, el presidente Lázaro Cárdenas comete el atrevimiento de expropiar el petróleo. ¿Resultado? Más presión internacional. Pero también se abre otra puerta: el incentivo al cultivo de amapola para producción de morfina durante la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, México ha sido productor de materia prima para el mercado de las drogas y el control del narco se convirtió, poco a poco, en una herramienta de dominio geopolítico.
De puente a laboratorio: México y el negocio del narco
A lo largo de los años, México pasó de ser una ruta de paso para la cocaína colombiana a convertirse en un productor local de metanfetaminas, fentanilo y otras drogas, justo las que ahora inundan las calles estadounidenses. Y mientras en EE.UU. los grandes cárteles desaparecieron misteriosamente de la historia oficial, ya que como en la mismísima película del padrino estas mafias, tal y como lo comentan grandes intelectuales y geopolíticos de nuestra era, se transformaron e institucionalizaron en muchas de las agencias que conocemos como la CIA, la DEA etc. .. en México también los cárteles florecieron con impunidad, multiplicándose y penetrando todos los niveles de gobierno, con el apoyo del dinero y las armas de los clientes principales en el Norte.
¿Casualidad? La violencia al servicio de una agenda
Hoy vivimos un infierno. Más del 80% de los municipios del país están bajo el yugo de la extorsión, el cobro de piso, el secuestro. A vendedores ambulantes, taxistas, campesinos y hasta niños en semaforos se les pide “cuota”. Y ahora, como si el guion estuviera escrito, hay voces en México que claman por una intervención estadounidense. ¿No suena familiar? Crear el problema, dejar que escale y luego presentarse como salvadores. Es el viejo manual del imperio.
La tormenta perfecta: hambre, migración y crimen
La presión migratoria se multiplica. El norte se cierra. El hambre se abre paso. Y en ese vacío económico, el crimen organizado se convierte en una de las pocas “oportunidades” para sobrevivir. El resultado: más violencia, más desesperación, más caos. Y así, el Estado mexicano se desvanece poco a poco, sin capacidad real de controlar su territorio.
¿La solución? No viene de arriba ni de afuera
Ante este escenario, la única resistencia real no será ni el ejército, ni la Guardia Nacional, ni las élites políticas. Será la gente de a pie. Los pueblos organizados. Las autodefensas. Aquellos que decidan que ya basta. No es una guerra contra el gobierno, sino contra todos los que han traicionado al país: narcos, políticos, policías corruptos, empresarios, y cualquier forma de poder que se alimente del miedo y la impunidad.
El dilema final: ¿renacimiento o balcanización?
Si México sobrevive este proceso —si el pueblo despierta, se organiza y recupera su dignidad— podremos construir una nación más libre, más justa y verdaderamente soberana. Pero si seguimos obedeciendo agendas ajenas, si dejamos que el miedo nos paralice, entonces el país será despedazado, convertido en un puñado de regiones serviles, anexadas de facto a un imperio que jamás ha dejado de vernos como una mina. Y si no hacemos algo pronto el país terminará despedazado y dejará de ser una república para convertirse en un grupo de estados americanos despedazados y desmembrados sin soberanía.
No es teoría de conspiración. Es historia, es estrategia, es realpolitik.
Y mientras seguimos ignorando las raíces profundas de esta guerra silenciosa, nos acercamos cada vez más al punto de no retorno.
La pregunta no es si nos invadirán… eso ya lo hicieron hace mucho y desde entonces no se han salido de aquí.
La pregunta es: ¿cuándo vamos a defendernos nosotros mismos?
Por eso, en El Segundo Renacimiento, insisto una y otra vez en la urgencia de construir nuestras propias comunidades: espacios autogestionados por la sociedad civil, mediante nuevas herramientas que nos permitan organizarnos de forma autónoma, sin depender de partidos políticos ni de estructuras caducas.
No podemos seguir intentando resolver los problemas con la misma lógica que los originó (la definición de la locura misma .) Si realmente queremos superarlos, necesitamos cambiar nuestra manera de ver, pensar y organizarnos en el mundo.
Invito a todos a leer un poco y conocer estas formas y estas propuestas en el libro: "El segundo Renacimiento." de venta en Amazon y en www.hombresdemaiz.com
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